sábado, 10 de abril de 2010

Seis meses de paraíso e iniciando la cuenta atrás…

Hoy me ha dicho una amiga que tiene que dar una charla sobre cooperación y estaba pensando hablar de este blog para que la gente comprendiera un poco mejor la vida siendo cooperante. Me ha parecido una locura, y es que creo que no he reflejado en ningún momento algo ni parecido, más bien ha sido un resumen de vacaciones y visitas varias. Por eso me apetece ir un poquito más allá y contaros desde mi perspectiva lo que han sido de momento estos seis meses de trabajo y de vida para mí, con lo bueno, pero también con lo malo. En el paraíso no todo es perfecto.

Venir acá ha sido descubrir nuevas culturas, y no sólo una, lo cual es fascinante, y ha sido darme cuenta de lo difícil que me resulta comprender otras formas de vida y lo interesante y duro que es el proceso de entendimiento.

He conocido lugares maravillosos, gente fantástica y un país megadiverso por su gente y sus paisajes.

He podido hacer por fin un trabajo que considero útil (al menos un poco), para el que me siento capacitada y que me provoca ganas de levantarme cada día para vivir nuevas cosas y aportar lo que pueda (y eso cuando tengo que levantarme a las 6 de la mañana para mi es una novedad, ya lo sabéis…).

Me he cuestionado de qué vale que yo esté aquí, intentando apoyar a gente que no avanza porque todo funciona terriblemente mal por culpa de los intereses económicos y no porque no sean capaces de hacer las cosas.

Me he sentido responsable de haber traído todo mi bagaje cultural y que éste influya en mis actividades, en algunos sentidos para bien, por lo que pueda aportar, y en otros para mal, porque aquí los procesos son y tienen que ser diferentes.

Me he dado cuenta de la influencia que pueden tener mis actos cotidianos en la gente, con la responsabilidad que conlleva.

He aprendido todos los días cosas nuevas, a veces buenas y a veces malas, a veces con gusto y a veces a base de hostias.

Me he dado cuenta de lo privilegiada que soy habiendo recibido tantos años de formación (he perdido la cuenta…) y habiendo vivido con tantísimas facilidades, y lo desdichada que soy teniendo tantísimas dependencias en cuanto a lo económico y viviendo atada a determinadas inercias sociales inherentes a nuestra sociedad.

He tenido que enfrentarme a muchos miedos, primero por el desconocimiento y los prejuicios, y luego por la inseguridad que todos tenemos en mayor y menor medida.

He sentido que la gente me escucha, tiene en consideración lo que digo y me valoran a mi y a mi trabajo.

He sentido el sentimiento de inferioridad de algunas personas frente al extranjero, y he visto como mi cara se convierte en un signo de dólar todos los días.

He comprendido que toda la psicología que he aprendido en mi vida a la hora de relacionarme con la gente no sirve para nada, y que el comportamiento de las personas es muy relativo (en esto tengo que seguir trabajando, como me decía una vez un amigo, la gente no es buena o mala, y no puedo ponerlas en una de las dos listas y punto).

He aprendido a no confiar en nadie, y a la vez a poner en ocasiones mi vida y mi seguridad (física y mental) en manos de la gente, a veces desconocidos.

He sentido una vez más lo que es estar lejos de casa y de tu gente.

He conocido a gente que, durante estos meses, han sido mi “familia”.

He comprendido que en determinadas situaciones la línea que separa lo moral de lo inmoral, lo ético de lo no ético, se difumina.

He conocido muchos casos de injusticia, en ocasiones delitos depravados y en otras simples delitos comunes o faltas de ética cotidianas, que no se pueden denunciar porque la justicia y las fuerzas de seguridad están corruptas, o son ellas mismas las que cometen los delitos.

He visto a las victimas de los delitos asumir la situación con resignación o con rabia, pero siempre sabiendo que nada se puede hacer y que siempre pagan los mismos.

He visto a los que cometen los delitos disfrutando de su impunidad y he tenido que aprender a mirarles a la cara.

He sentido la rabia de no poder hacer nada. He tenido que comerme mi rabia y aprender a vivir con ella. También he aprendido que la rabia no ayuda a pensar con claridad.

Le gente me ha permitido comprobar lo importante que es bailar para poder vivir, y que se puede intentar ser feliz a pesar de todo.

He conocido a gente con muchas ganas de hacer cosas y mucha capacidad que no puede actuar porque el sistema lo impide, y que poco a poco pierden la esperanza. También a gente que no la pierde a pesar de las dificultades y siguen luchando.

He visto a niños y niñas crecer felices jugando en una canoa. He visto a niñas pasear con hombres que podrían ser sus abuelos, pero que todos sabemos que no lo son.

He visto lo maravillosa y compleja que es la selva, lo poco que puedo ofrecer en ella, lo poco práctica que es nuestra formación (hace poco un amigo licenciado en derecho decía “yo no tengo nada que ofrecer en la selva, no se hacer nada (ningún oficio)”) y cómo la gente ha vivido aquí durante muchos años en equilibrio con la naturaleza. He visto lo que es una gran ciudad en medio de la selva, y a gente tratando de adaptarse a esta nueva realidad.

He visto a extranjeros/as (cooperantes o no), igual que a peruanos/as, con muchas ganas de trabajar, hacer las cosas lo mejor que puedan y mejorar el mundo en el que viven en la medida de sus posibilidades, a extranjeros/as que simplemente viven la vida lejos de sus hogares y a extranjeros/as, igual que a peruanos/as, aprovechándose de las necesidades, de las diferencias culturales y de su superioridad económica, para así poder vivir vidas que en sus países no podrían ni soñar. También he visto que las tres cosas no son incompatibles.

Me he reafirmado en la idea de que los problemas ambientales, como los sociales o los económicos, no se solucionan a base de pequeños actos si la presión social no fuerza a los poderes económicos y políticos (¿no son los mismos?) a que cambien la situación.

Me ha ayudado a ver que la cooperación no es buena ni mala, que al final es un trabajo que, dependiendo de quien lo desarrolle, puede ser mejor o peor, como cualquier otro trabajo. No creo que sea una forma de neocolonialismo, pero tampoco va a cambiar el mundo. Esa es mi opinión actual.

He comprobado una vez más que hay pobres muy ricos y ricos muy pobres.

He vivido en una burbuja gracias a mi situación económica y laboral, que me ha impedido conocer realmente dónde estoy y vivir realmente la complejidad de esta realidad.

He comprobado lo importante que es tener a gente maravillosa cerca que te apoye, te escuche y te ayude.

He vivido una experiencia inolvidable, y estoy sintiendo lo efímera que es y que está destinada a acabar. Como todo en la vida, supongo.

Si habéis llegado hasta aquí, y se que esta entrada es muy larga, comprenderéis que esto es sólo una pequeña síntesis de lo que pienso, pero creo que no era justo resumir mi estancia aquí con lo que había contado hasta ahora. Para algunos sólo serán ideas sueltas, pero espero que al menos os hayan transmitido un poco mejor cómo está siendo mi experiencia como “joven cooperante”. De todas formas, esto aún no se acaba, todavía me queda irme a Tumbes a principios de mayo, hasta finales de junio que termina mi trabajo acá, así que os seguiré contando nuevas impresiones.

Y ahora, de propina por vuestra paciencia, unas fotillos,

P1020007Foto con María. una pequeña perezosa, mientras me clava sus uñitas en la mano.

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María, sonriendo a la cámara

P1020038En Semana Santa vinieron a visitarme Eva, la joven cooperante de Piura, Gonzalo y la mamá de Eva. Aquí están con Tatiana en El Refugio, el bar donde Bareto grabó “ya se ha muerto mi abuelo” .

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Anochecer en la selva 1

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Anochecer en la selva 2

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Anochecer en la selva 3